viernes, 12 de agosto de 2022

Reflexiones capilares

 



En marzo del 2015 decidí ser rubia. Visite a mi hermana Josefina un lunes por la tarde. Mi intención era ir a echar el ojo al tianguis de su colonia, Villa Bonita, más que nada por unos tacos que me gustan mucho y en segundo lugar porque he tenido la suerte de conseguir buenos libros usados.

Cuando llegué estaba mi sobrina Grecia solita, mi linda sobrina me ofreció un rico café y platicamos muy a gusto. De repente me dijo: Tía, ¿quiere que le haga unas mechas? Me sorprendió su propuesta, pero pensé, ¿por qué no? A fin de cuentas, el pelo vuelve a crecer y ya no hay nadie a quien le moleste si me lo modifico.

En mi familia el cabello es muy importante. Mi Madre tenía mil historias al respecto y mi papá estaba en contra de que usáramos el pelo corto. Por fortuna tuve siempre una buena cabellera. Mi ex esposo me dijo que me escogió por mi cabello, que era lo que más le gustaba de mí. Por eso, cuando nos separamos me lo corté hasta los hombros, una acción que me hacía sentir desnuda y desprotegida, sensación que combinaba con mi estado de ánimo.

Tercamente mantuve ese largo de melena, experimente con diversos tonos de cabello, negro, rubio y pelirrojo. Ahora pienso que estos cambios tenían más que ver con mi búsqueda de identidad, que con la vanidad. Después de nueve años de vivir en Nogales, Sonora y cuatro de haberme separado, me di por vencida y retorné a Ciudad Obregón.

Ya me sentía más a gusto conmigo misma, sentía que había madurado. Pero para mi familia no era así, era la hija chiquita y constantemente trataban de dirigir mi vida. Contradecían mis decisiones en todos los aspectos, sobre todo las referentes a la crianza de mis hijos. Era sofocante haber vuelto al seno familiar.

Afortunadamente conseguí un empleo, en la primera semana de pago fui a una estética y le pedí a la estilista que me cortara el pelo lo más corto que pudiera. Salí ligera pero arrepentida, con miedo al enojo de mi mamá, pero decidida a demostrar que ya era una señora, no una niña.

Dure un año viviendo con mi mamá en Pueblo Yaqui, después me fui a vivir con mi hermana Anabell y su familia. Mi cabello crecía muy lentamente, tan lento, que parecía que haber hecho enojar a mi Madre lo había maldecido. Mi personalidad y mi cabello crecieron juntos. Después he usado el cabello largo, pero por gusto propio.

En el año 2014 murió mi Madre. De repente muchas cosas dejaron de tener sentido y fue cuando Grecia me preguntó por un tinte. En mayo del 2015 conocí el amor y el amor dejó un poema que hablaba de mis cabellos y el sol de Monterrey. Cuando perdí ese amor un manto castaño oscuro arropó mi tristeza.

Con el tiempo he entendido algunas cosas, mi personalidad es más que mi apariencia. Un cambio de imagen es más efectivo cuando inicia de dentro hacia fuera y sobre todo, que el miedo a las críticas no nos permite avanzar, pero el no escucharlas no nos permite crecer.

Ahora tengo 45 años y el tiempo me va dejando un tono imparcial. Durante la última cena de Navidad anime a mi hermana a que me hiciera las alitas de Farrah Fawcett. Un desastre total. Al otro día me reí mucho, también se rieron de mí, así es la vida. En diciembre se casa una sobrina y para festejar ese gozoso día tengo pensado ser pelirroja.

Ese día (como siempre que hago algo con mi cabello) escucharé las palabras de mi Madre:

“No te hagas nada, es lo único bonito que tienes.”



 -"Antología de autobiografía"

Coordinado por Dr. Jesús Noriega, con textos del Taller de creación literaria Poetas narradores

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