De repente se le antojó comer waffles en el casino al que acostumbraba ir los sábados, con sus excompañeras de trabajo. Se sentía aburrida, los hijos estaban inmersos en sus propias vidas, era divorciada; no tenía problemas económicos, pero tampoco aficiones o vida social, solo esa inocente salida al buffet semanal. Impulsivamente tomó su cartera, las llaves de su auto y salió a cumplirse el antojo. El lugar estaba semi vacío, devoró el desayuno y empezó a observar el lugar, al que no había puesto mucha atención. Tímidamente se acercó a una máquina, su manejo se veía complicado, pero la curiosidad la venció, llamó a un atractivo joven que parecía estar dispuesto a orientarla y abrió de esta forma la puerta de acceso a la tragedia.
A partir de ese día, Emilia se volvió adicta a las
descargas de satisfacción que sentía al jugar, aunque perdiera, sentía que en
el siguiente juego sin duda ganaría. Cada día regresaba a media noche, entraba
como un ladrón a su propia casa y al
acostarse, la realidad la aplastaba, la culpa no la dejaba dormir. Se
ponía a pensar en el dinero perdido, en los regaños de sus hijos y en el tiempo
desperdiciado.
A pesar de ello cada día se ponía ropa cómoda, subía a su
auto y conducía mintiéndose, “solo estaré una hora” “merezco un poco de
diversión” “es mi vida”. En una ocasión sus antes distantes hijos, la
confrontaron, a regañadientes aceptó dejar de ir, pero sin reconocer que era
una adicta al juego, a los pocos días, ya sin disimular, con una expresión
desafiante y culpable, se dirigió al casino.
En ese lugar ya la conocían, la atendían como reina y el crédito no le faltaba. Pero
un día, al momento de pagar todas sus tarjetas fueron rechazadas, no lo podía
creer. El gerente cambió de inmediato su actitud, tornándose amenazante. No sé
qué ocurrió, por favor deme oportunidad de averiguar, dijo con voz temblorosa,
claro que si “Doñita,” nomás que le vamos a recoger las llaves de su carro,
aunque eso no cubre ni la mitad de su deuda. Está bien, mañana mismo les daré
su dinero, contestó Emilia, intentando sonar convencida. Al entrar a su casa se
sorprendió muchísimo, sus hijos estaban sentados en la sala, con rostros afligidos
y alguno con los ojos rojos. Madre, le dijo su hijo Mario, espero que no estés
molesta con nosotros pero como te habrás dado cuenta hemos aprovechado que nos
diste acceso a tus cuentas para tomar medidas drásticas. No podemos seguir
permitiendo que te arruines. Perdónanos por no haber actuado antes, ya no vas a
estar sola pero tampoco vas a tener acceso al dinero.
¿¡Están locos!? Gritó Emilia, descargando en ellos el miedo
experimentado antes, es mi dinero, puedo hacer lo que sea con el. No mamá, la
voz de su hijo sonó firme y tranquila, es por tu bien, María Laura se va a
quedar contigo, no te va a faltar nada y pasado un tiempo, tendrás el control
de tu dinero, pero las idas al casino se acabaron.
Emilia se estremeció al recordar la expresión amenazante
del gerente, y balbuceante dijo: …Bueno, al menos déjenme ir a liquidar un
adeudo y despedirme. No pudo convencerlos, se fueron con el rostro
ensombrecido, pero seguros de estar haciendo lo mejor.
Por la tarde, Emilia estaba en su cuarto, por fin estaba
haciendo un acto de contrición, pensando: ¿No puedo aspirar a una felicidad
mayor a esa? ¿Acaso no me sentiré mejor si lo suelto y me dedico a mis asuntos
pendientes? Señor, te ruego porque la tentación sea leve, por volver a ser
dueña de mi vida.
Sumida en estas reflexiones oyó el timbre y la voz de su
nieta exclamando: ¡Yo voy abue! El miedo la hizo saltar de la cama, corrió
hacia la sala y vio lo que se temía, dos de los altísimos auxiliares del casino
estaban parados en su puerta con caras poco amistosas.
La estuvimos esperando, dijo uno de ellos, antes de que
pudiera contestar, su nieta les gritó: ¡olvídense de eso, mi abue no va a
volver nunca a ese asqueroso lugar, aprovechados! El hombre contestó sin
inmutarse: no nos importa si vuelve, queremos nuestro dinero, y no te metas
niñita. Una vez más, la impulsiva joven se adelantó, atropelladamente los
informó de las decisiones de su padre y de que ya no había dinero, además de
amenazarlos con llamar a la policía.
El matón se retiró hacia la puerta, mientras el otro
permanecía vigilante. Al volver, se dirigió hacia la joven la arrebató de los
brazos de su abuela y dijo despreciativamente: Bueno, dice el patrón que nos
conformemos con esto, de paso, le vamos a quitar lo alebrestada.
Emilia intentó defenderla, pero era imposible, fue
arrojada, cayendo dolorosamente. Apenas pudo reunir fuerzas para arrastrarse
hacia el teléfono. La policía llegó rápidamente, después los padres de “Malala”
como le decían, y sus demás hijos. Levantaron la denuncia, hicieron todo lo que
pudieron pero el poder de los delincuentes los apabulló. No pudieron probar el
adeudo, el coche de Emilia estaba en su porche sin ninguna huella, los
secuestradores no aparecían en el archivo de empleados ni en el de
delincuentes.
El tiempo pasó… cinco largos años después, una delgada mujer
caminaba por un sendero, con un ramo de flores en sus manos, se detuvo en una
tumba sencilla y bastante descuidada, colocando con cuidado el arreglo. No dijo
ninguna oración, el llanto le impedía hablar. Al final solo dijo: Perdóname, le
agarré gusto a esa maldita vida y no pude volver, perdóname abuela, pero a fin
de cuentas, merecías morir de culpa y despreciada por todos, así como voy a
morir yo también.
Memoria 2021
VII Encuentro de escritores de Narrativa Breve
"Edmundo Valadés"
Cuento - Mini Ficción - Relato
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