jueves, 11 de agosto de 2022

La generación maquila fronteriza

 




La generación maquila fronteriza

Para bien y para mal han cambiado las cosas. En mi adolescencia era común que los jóvenes emigraran, primero a la frontera y de ahí al “otro lado”. Yo fui una de esas jóvenes aventureras. Mis hijos suelen decirme mitad broma, mitad reproche - Ay Amá, ¿Cómo es posible que te fueras de tu casa a los 16 años? Y yo les contesto que la situación en general era muy distinta, que mi madre confiaba mucho en mí, que no hubo dinero ni para pagar la inscripción a la prepa, que en aquel tiempo no era tan común que te dieran becas.

Pero yo tampoco alcanzo a entender ¿Cómo pudo mi sacrosanta madre sugerirme que me fuera con mis hermanas, quienes ya vivían en Nogales, si era tan joven e inocente? Me habían inculcado ser educada y de buenos principios pero eso no bastaba. Los padres son los diques que nos ayudan a contener nuestros ímpetus durante la juventud.

Me asombró mucho llegar a la frontera y ver lo fácil que era la vida, trabajar de lunes a viernes, “rayar” el jueves, ir a bailar el viernes, pasear el sábado e ir a la lavandería el domingo, una vida cómoda. Lo complicado eran las temperaturas bajo cero, pagar alto alquiler por un cuartucho compartido con otras jovencitas, ser presionada para aprender a tomar, llorar por la familia ausente (a veces más por efectos del alcohol) tener que ir a parrandas obligada a cooperar y convivir con gente sin nada en común.

Era fácil hacer amistades aunque estas fueran fugaces, sentirse en confianza de desgranar tu alma con desconocidos, tener novios igualmente cariñosos y distantes, ir relajando poco a poco tus normas, deslizándote hacia lo prohibido acallando la conciencia con el “todos lo hacen” y de repente, darte cuenta de ya no hay vuelta atrás, estás sola y con una vida que depende solo de ti.

Ninguna de nosotras deseábamos ni imaginábamos que nuestras vidas serían así pero al enfrentar el resultado de nuestras acciones, algunas optamos por tomar nuestras responsabilidades de la mejor manera asumiendo la crianza de los hijos, otras por ser solo su sostén económico y refugiarse en el trabajo, delegando la responsabilidad en sus padres, supliendo con regalos la poca atención brindada, y las menos (quiero pensar) renegaron de su suerte y eliminaron el “problema” volvieron a su vida, se ostentaron como inteligentes, descomplicadas, evitaron ser escarnecidas por la sociedad,  juzgadas de fáciles, tontas, irresponsables, calientes y ser soslayadas por la mayoría de los hombres al lugar de acompañantes, amantes, desahogo, y en el mejor de los casos amiga.

Aunque el juicio más severo es el de una mujer contra otra, el que expresan cuando demuestran su incomodidad  al sentir cerca de sus parejas a una madre soltera, cuando no la invitan a algún lado argumentando “tú no tienes hombre” y pobre de ella que se le ocurra pensar que aún es joven y puede divertirse, porque así como aclaman que un esposo saque a bailar a su mujer un sábado, satanizan el que una madre soltera decida darse un respiro. ¡¿CÓMO!? ¡Ha de salir a ver que agarra! ¡Ha de andar buscando quien le mantenga los plebes! ¡No le importa bailar con casados! Y digo yo, ¿Qué persona pregunta el estado civil antes de ir a bailar? ¿Debes aguantarte las ganas de bailar esa canción que te encanta hasta que alguien te responda  –soltero, sea cierto o no?

Cuando tienes hijos y vives con tus padres, compartes la responsabilidad, tus hijos disfrutan del amor y la complicidad de los abuelos, pero puede que eso se vuelva un problema y te enfrentas a un dilema: ceder autoridad. En este aspecto tengo hay idea muy firme: Un niño necesita algo constante en su vida, una autoridad casi absoluta basada en el amor y la justicia, saber que para cada acto habrá una consecuencia. Pero se vuelve tóxico cuando la madre dispone algo e ignoran su voz, cuando debe impartir disciplina y lo impide la compasión de los abuelos. Se vuelve difícil coexistir.

Es mucho más saludable que cada semana un niño visite y sea consentido por sus abuelos, que ría un poco viendo como tratan a su madre como una niña y en general, que se sienta amado y protegido. 

Por eso nunca quise vivir con mis padres, pero eso será otra historia…

Cuentario 2019

Homenaje a Edmundo Valadés (1914-1994)





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