La generación maquila fronteriza
Para bien y para mal han cambiado las cosas. En
mi adolescencia era común que los jóvenes emigraran, primero a la frontera y de
ahí al “otro lado”. Yo fui una de esas jóvenes aventureras. Mis hijos suelen
decirme mitad broma, mitad reproche - Ay Amá,
¿Cómo es posible que te fueras de tu casa a los 16 años? Y yo les contesto que
la situación en general era muy distinta, que mi madre confiaba mucho en mí,
que no hubo dinero ni para pagar la inscripción a la prepa, que en aquel tiempo
no era tan común que te dieran becas.
Pero yo tampoco alcanzo a entender ¿Cómo pudo
mi sacrosanta madre sugerirme que me fuera con mis hermanas, quienes ya vivían
en Nogales, si era tan joven e inocente? Me habían inculcado ser educada y de
buenos principios pero eso no bastaba. Los padres son los diques que nos ayudan
a contener nuestros ímpetus durante la juventud.
Me asombró mucho llegar a la frontera y ver lo fácil
que era la vida, trabajar de lunes a viernes, “rayar” el jueves, ir a bailar el
viernes, pasear el sábado e ir a la lavandería el domingo, una vida cómoda. Lo
complicado eran las temperaturas bajo cero, pagar alto alquiler por un
cuartucho compartido con otras jovencitas, ser presionada para aprender a
tomar, llorar por la familia ausente (a veces más por efectos del alcohol) tener
que ir a parrandas obligada a cooperar y convivir con gente sin nada en común.
Era fácil hacer amistades aunque estas fueran
fugaces, sentirse en confianza de desgranar tu alma con desconocidos, tener
novios igualmente cariñosos y distantes, ir relajando poco a poco tus normas,
deslizándote hacia lo prohibido acallando la conciencia con el “todos lo hacen”
y de repente, darte cuenta de ya no hay vuelta atrás, estás sola y con una vida
que depende solo de ti.
Ninguna de nosotras deseábamos ni imaginábamos
que nuestras vidas serían así pero al enfrentar el resultado de nuestras
acciones, algunas optamos por tomar nuestras responsabilidades de la mejor
manera asumiendo la crianza de los hijos, otras por ser solo su sostén
económico y refugiarse en el trabajo, delegando la responsabilidad en sus
padres, supliendo con regalos la poca atención brindada, y las menos (quiero pensar)
renegaron de su suerte y eliminaron el “problema” volvieron a su vida, se
ostentaron como inteligentes, descomplicadas, evitaron ser escarnecidas por la
sociedad, juzgadas de fáciles, tontas,
irresponsables, calientes y ser soslayadas por la mayoría de los hombres al
lugar de acompañantes, amantes, desahogo, y en el mejor de los casos amiga.
Aunque el juicio más severo es el de una mujer
contra otra, el que expresan cuando demuestran su incomodidad al sentir cerca de sus parejas a una madre
soltera, cuando no la invitan a algún lado argumentando “tú no tienes hombre” y
pobre de ella que se le ocurra pensar que aún es joven y puede divertirse,
porque así como aclaman que un esposo saque a bailar a su mujer un sábado,
satanizan el que una madre soltera decida darse un respiro. ¡¿CÓMO!? ¡Ha de
salir a ver que agarra! ¡Ha de andar buscando quien le mantenga los plebes! ¡No
le importa bailar con casados! Y digo yo, ¿Qué persona pregunta el estado civil
antes de ir a bailar? ¿Debes aguantarte las ganas de bailar esa canción que te
encanta hasta que alguien te responda –soltero,
sea cierto o no?
Cuando tienes hijos y vives con tus padres,
compartes la responsabilidad, tus hijos disfrutan del amor y la complicidad de
los abuelos, pero puede que eso se vuelva un problema y te enfrentas a un
dilema: ceder autoridad. En este aspecto tengo hay idea muy firme: Un niño
necesita algo constante en su vida, una autoridad casi absoluta basada en el
amor y la justicia, saber que para cada acto habrá una consecuencia. Pero se
vuelve tóxico cuando la madre dispone algo e ignoran su voz, cuando debe
impartir disciplina y lo impide la compasión de los abuelos. Se vuelve difícil coexistir.
Es mucho más saludable que cada semana un niño visite y sea consentido por sus abuelos, que ría un poco viendo como tratan a su madre como una niña y en general, que se sienta amado y protegido.
Por eso
nunca quise vivir con mis padres, pero eso será otra historia…
Cuentario 2019
Homenaje a Edmundo Valadés (1914-1994)
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