Don
Agapo Bacasegua
Había un campesino
llamado Agapo, tenía pocas tierras y el terreno semidesértico no lo dejaba obtener
mucho, a pesar de ello, cada día se levantaba de madrugada, y dependiendo del
clima, araba, sembraba o cosechaba, siempre poniendo su mayor esfuerzo. Vivía
junto a su siembra, aprovechando las ruinas de una hacienda expropiada.
Gracias a las ganancias
de una cosecha había logrado comprar una vaca cargada, la Belena, para su buena suerte, parió una
becerrita, negra con las patas blancas, la llamó Bonita. Su corazón se llenaba de alegría cuando, con un tímido
trote se acercaba al corral y se dejaba acariciar.
El campesino vivía solo,
aunque era un hombre trabajador a ninguna mujer le interesaba vivir pobremente en
el campo, o tal vez era muy feo. Lo único que le quedaba era dedicar sus
esfuerzos a obtener buenas cosechas y cuidar de sus animales.
Un día llevó sus vacas a
pastar al otro extremo de sus terrenos, cerca del canal de riego. En el
trayecto saludó a Abelardo, el encargado de las compuertas y uno de sus pocos
amigos, quien lucía cansado.
El día era hermoso, el
limpio cielo de un azul intenso y el agradable clima lo hicieron sentirse
satisfecho. Al llegar al pequeño canal sujetó a la Belena y a su cría con estacas un poco separadas, para qué disfrutaran
la rica vegetación primaveral, luego, se tendió bajo un guamúchil y se durmió
profundamente.
Despertó asustado, el sol
ya estaba oculto y se oían aullidos de coyotes, fue hacia sus vacas y encontró
a la madre tirando furiosamente de su mecate, tratando de llegar a la cría, de
la cual sólo se veía la cabeza y las pezuñas delanteras, mientras se deslizaba
hacia un hoyo, en el que también entraba agua del desbordado canal, corrió hacia
la becerrita pensando que seguramente era la madriguera de un animal. En el
último tramo, se arrojó con todas sus fuerzas para aferrarla, pero antes de que
pudiera asirla desapareció. La desesperación se apoderó de él y de la Belena, la
pobre vaca mugía estremecedoramente, la soltó y revisaron el lugar.
No se atrevía a meterse y
no se escuchaba ruido. Por fin pudo calmarse un poco y razonar. Afortunadamente
traía su linterna en el morral y observó bien el agujero, en realidad era un
túnel, recubierto de estuco, eso lo animó. Calculó un poco sus acciones y persignándose
con mucha devoción se arrojó por el túnel. Aterrizó sobre la becerrita tirada
en el suelo, aparentemente ilesa, aunque aterrorizada por la oscuridad, pegó un
brinco, había un gran bulto junto a ella, de inmediato pensó que era un cadáver
pues le recordó el aspecto de las momias que veía en películas. Venciendo el terror la movió con el pie,
exhaló aliviado al darse cuenta de que sólo era un amasijo de ramas y lodo.
De pronto, entendió todo.
Abelardo se miraba muy fatigado, seguramente se quedó dormido y no cerró la
compuerta, el agua hizo que el bulto se deslizara, descubriendo esa entrada
secreta. Intrigado, agarró a la bonita por el collar, más que nada por darse valor,
descubrió que se encontraba en la entrada de una cámara que descendía un poco
más.
Al llegar al fondo casi
se desmaya de alegría, ¡quería gritar de emoción! Había montones de vasijas
llenar de monedas doradas, joyeros y muchos objetos valiosos.
Ese es el relato del
origen de la riqueza de tu abuelo y de cómo se nos acabó la mala suerte con las
mujeres a los Bacasegua.
Cuento - Mini ficción - Relato
No hay comentarios:
Publicar un comentario