viernes, 12 de agosto de 2022

Reflexiones capilares

 



En marzo del 2015 decidí ser rubia. Visite a mi hermana Josefina un lunes por la tarde. Mi intención era ir a echar el ojo al tianguis de su colonia, Villa Bonita, más que nada por unos tacos que me gustan mucho y en segundo lugar porque he tenido la suerte de conseguir buenos libros usados.

Cuando llegué estaba mi sobrina Grecia solita, mi linda sobrina me ofreció un rico café y platicamos muy a gusto. De repente me dijo: Tía, ¿quiere que le haga unas mechas? Me sorprendió su propuesta, pero pensé, ¿por qué no? A fin de cuentas, el pelo vuelve a crecer y ya no hay nadie a quien le moleste si me lo modifico.

En mi familia el cabello es muy importante. Mi Madre tenía mil historias al respecto y mi papá estaba en contra de que usáramos el pelo corto. Por fortuna tuve siempre una buena cabellera. Mi ex esposo me dijo que me escogió por mi cabello, que era lo que más le gustaba de mí. Por eso, cuando nos separamos me lo corté hasta los hombros, una acción que me hacía sentir desnuda y desprotegida, sensación que combinaba con mi estado de ánimo.

Tercamente mantuve ese largo de melena, experimente con diversos tonos de cabello, negro, rubio y pelirrojo. Ahora pienso que estos cambios tenían más que ver con mi búsqueda de identidad, que con la vanidad. Después de nueve años de vivir en Nogales, Sonora y cuatro de haberme separado, me di por vencida y retorné a Ciudad Obregón.

Ya me sentía más a gusto conmigo misma, sentía que había madurado. Pero para mi familia no era así, era la hija chiquita y constantemente trataban de dirigir mi vida. Contradecían mis decisiones en todos los aspectos, sobre todo las referentes a la crianza de mis hijos. Era sofocante haber vuelto al seno familiar.

Afortunadamente conseguí un empleo, en la primera semana de pago fui a una estética y le pedí a la estilista que me cortara el pelo lo más corto que pudiera. Salí ligera pero arrepentida, con miedo al enojo de mi mamá, pero decidida a demostrar que ya era una señora, no una niña.

Dure un año viviendo con mi mamá en Pueblo Yaqui, después me fui a vivir con mi hermana Anabell y su familia. Mi cabello crecía muy lentamente, tan lento, que parecía que haber hecho enojar a mi Madre lo había maldecido. Mi personalidad y mi cabello crecieron juntos. Después he usado el cabello largo, pero por gusto propio.

En el año 2014 murió mi Madre. De repente muchas cosas dejaron de tener sentido y fue cuando Grecia me preguntó por un tinte. En mayo del 2015 conocí el amor y el amor dejó un poema que hablaba de mis cabellos y el sol de Monterrey. Cuando perdí ese amor un manto castaño oscuro arropó mi tristeza.

Con el tiempo he entendido algunas cosas, mi personalidad es más que mi apariencia. Un cambio de imagen es más efectivo cuando inicia de dentro hacia fuera y sobre todo, que el miedo a las críticas no nos permite avanzar, pero el no escucharlas no nos permite crecer.

Ahora tengo 45 años y el tiempo me va dejando un tono imparcial. Durante la última cena de Navidad anime a mi hermana a que me hiciera las alitas de Farrah Fawcett. Un desastre total. Al otro día me reí mucho, también se rieron de mí, así es la vida. En diciembre se casa una sobrina y para festejar ese gozoso día tengo pensado ser pelirroja.

Ese día (como siempre que hago algo con mi cabello) escucharé las palabras de mi Madre:

“No te hagas nada, es lo único bonito que tienes.”



 -"Antología de autobiografía"

Coordinado por Dr. Jesús Noriega, con textos del Taller de creación literaria Poetas narradores

jueves, 11 de agosto de 2022

La navidad mas fría



 

 Aquel año hizo mucho frío, lo recuerdo bien… Aunque estábamos felices de vernos, en el fondo todos pensábamos en nuestros propios hogares y confortables camas. Por supuesto que nadie dormiría cómodo esa noche, lo malo era que algunos no disimulaban su molestia, se quejaban de la música, de los niños gritando y algunos hasta pedían una pastilla para el dolor de cabeza.

Sólo ella se veía genuinamente feliz, preocupada de que todos comieran. Caminaba por la casa acariciando a los niños, dejándose abrazar y dando consejos a diestra y siniestra.

Paraban la charla que mantenían en la cocina cuando se acercaba, no querían preocuparla con incidentes de sus familias y pensaban que ella no notaba sus gestos cansados y un poco amargados.

Afortunadamente, en cada familia hay alguien que pone ambiente, no faltaba el nieto que la sacara a bailar, y ella bailaba, ¡Como de que no! Era su mero mole, hasta hacía un par de años aguantaba toda la noche bailando banda, pero desde que su corazón se quejó y la mantuvo en cama un mes se había vuelto prudente, bailaba muy suavecito, por breves momentos, solo para sentir que su alegría seguía viva en el espíritu de los más jóvenes.

Otra cosa que echábamos de menos eran sus tamales, ya no podía hacer nada sin ayuda y prefería no molestarnos. Todos la miramos con ojos resplandecientes cuando empezó a hacer buñuelos, sonreía orgullosamente mientras amasaba. Sus movimientos eran cuidadosos, concentrada en su labor, parecía sentir un leve dolor al aferrar el bolillo,  luego, empezó a dorar las finas ruedas de masa, que posteriormente depositaba en  una caja de cartón. Ah, cuantos años hacía que no veíamos un cartón de buñuelos. Su carita se veía llena de alegre anticipación.

Uno de los sobrinos agarró uno, recibiendo un cariñoso regaño, lo mordió y casi al mismo tiempo lo escupió, con un gesto de profundo asco y gritó: ¡Abuela! ¿Qué les echaste?  Ella lo miraba azorada, tomo un trozo del buñuelo y lo probó, su cara reflejó desagrado, tristeza y decepción mientras dijo -sabe a insecticida. Varios lo probamos para corroborar sus palabras, sintiendo más que nada tristeza por todo su esfuerzo desperdiciado.

Nunca supimos cómo se contaminó la mezcla, ella dejo su labor, se lavó las manos y de repente  dijo – Ya no sirvo para nada, mejor me voy a dormir. De inmediato la atraje hacía mí, la abracé muy fuerte, le dije que no podía dormirse sin bailar conmigo y los demás también trataron de consolarla, bromearon, la abrazaron y definitivamente pararon de quejarse. Me prometí que el próximo año haría los buñuelos, es más, haría hasta tamales para ella por primera vez.

Ese día no ha llegado, la siguiente navidad fue muy difícil, sobró comida, logramos ponernos de acuerdo sobre donde reunirnos después de meses de incertidumbre y al final íbamos llegando como polluelos asustados, abrazándonos más fuerte que nunca. Ya nadie nos regaña por no comer, nadie pone las viejas cortinas navideñas y nadie pasa en vela la nochebuena sólo para asegurarse de que todos alcanzamos un lugar para dormir.

No sé si algún día cumpla la promesa y alimente a mi familia con esos manjares navideños, pero estoy segura de que el sabor más delicioso es el del amor, el abrazo más puro, el de nuestra madre y la tristeza más grande pasar la primera navidad sin ella.



 -"Antología de autobiografía"

Coordinado por Dr. Jesús Noriega, con textos del Taller de creación literaria Poetas narradores

 

 

 

Curación maternal

 

8/oct/2013

Frente a mi casa había un llano. Cuando llovía, la calle se convertía en una alberca gigantesca, en ella desfogaba toda el agua proveniente del fraccionamiento vecino, su pavimento conducía el agua hacia nosotros, dándonos una de las más grandes alegrías en mi memoria infantil. Nos metíamos en ella con miedo de los vidrios y de los sapos. Cuidando de no mojar la ropa para no ser regañados, aunque nunca faltaba el que se zambullía gritando: ¡Chocomilk!

Pagamos nuestro atrevimiento con cortadas regaños y llagas. La mía en la rodilla, no podía dormir por el dolor, pero no quería que mi mamá se enterara. Fui a casa de mi hermana, donde me senté bajo un guayabo. De pronto apareció mi mamá, Alicia -mi hermana- le dijo que yo andaba rara y ella solo dijo “le duele una canía pero ahorita la voy inyectar”.

Ni chance tuve de correr. Alicia me arrastró a una cama, encimándose en mí mientras me daba la regañada que temía de mi Madre. “Pélale la nalga” ordenó esta, yo empecé a gritar, -cállate o si no, también te voy a dar los cintarazos que te mereces.

Ni siquiera cuando la aguja penetró mi carne y lentamente fluía la penicilina, hice ruido. Todavía estaba boca abajo, gimoteando, cuando sentí que me jalaban la pierna dolorida. Al lado de la cama estaba una tina y mi Madre ya estaba tallándome la llaga. Me talló como si fuera cochambre de la estufa, el respeto a su autoridad me impedía gritar. Por fin me empezó a enjuagar y secar, para finalizar me rellenó la herida con un poco de polvo de penicilina y me puso una gasa. Yo pensaba que ahora si me iba a regañar. Pero ella me cargó en sus brazos sin decir nada y me acunó dulcemente.

Así era mi Madre, la más dulce y la más temible. No me amonestó sobre meterme en los charcos ni me explicó por qué me inyectó, por qué usó jabón Zote y mucho menos me dijo palabras dulces. Al contrario, estaba haciendo burlas sobre las tonterías que grité para que no me inyectara y por haber querido esconder lo que me pasaba. A mi mamá no le pasó por la cabeza llevarme al Doctor y mucho menos, como veo actualmente, explicarme detalladamente lo que sucedía, para que no me traumara.

Jamás me volví a meter a un charco y desarrollé pavor hacia las inyecciones. Por culpa de esa llaga no fui la primera semana del nuevo ciclo escolar y cuando regresé, supe que algunos niños habían dicho que andaba de canalera y que mi llaga era contagiosa. No me importó. Tampoco me importaba no salir a jugar, me ponía a leer el periódico o mis libros de texto.

Hoy recuerdo ese hecho con agradecimiento, nunca puedo ser como mi Madre para esas cuestiones, soy incapaz de hacer una curación, ni siquiera de exprimir un barrito. Hace algunos años intenté curarme un Lilium y lo que conseguí fue una infección tremenda, una microcirugía sin anestesia y un parche de pirata.

Con mi único ojo podía verla, sonriéndome con indulgencia.



 -"Antología de autobiografía"

Coordinado por Dr. Jesús Noriega, con textos del Taller de creación literaria Poetas narradores


Vulnerables




¿Tu mamá está loca? No te enojes. Dice mi papá que el otro día estaba gritando muy feo en la noche. Que parecía que alguien se le había muerto.

-No sé de qué hablas… Mi mamá llegó del trabajo, se puso a lavar ropa, luego hizo la cena y vimos la tele antes de irnos a dormir.

-Yo digo que tu mamá tenía un novio y cortó con ella, está medio joven, todavía puede…

- ¿Qué fregados te importa? Ojalá, así como eres de metiche fueras de bueno en la escuela, no estaría aquí explicándote todo.

-Uy, te quejas, pero buen paro que te hace la verdura que les da mi papá por enseñarme, tiene razón mi Amá, si no fuera por eso, ustedes ya se habrían muerto de hambre.

- ¿Sabes qué? Hasta aquí, prefiero morirme de hambre. Doña, ya no voy a venir, muchas gracias por matarnos el hambre. Póngale cuidado a su hijo, es muy abusivo con los más chicos de la escuela, va a ir a dar a un reformatorio. ¡Ah! Y la vez que llegó y olía mucho a perfume, fue porque su angelito le echó en el lomo al gato y después le prendió fuego, por eso no ha vuelto. Adiós, buenas noches.

Traté de calmarme de camino a casa, donde ya me esperaba mi madre.

- Hola mijo, ¿Cómo te fue? Ora, ¿Por qué tan cariñoso?

- Por nada mamita, es que casi no te veo. ¿Qué te pasó en los brazos? Por cierto, ya no voy a ir a enseñarle al Brayan. Perdón amá, yo sé que nos hace falta lo que nos da Don Fito, pero, la neta, es insoportable ese plebe y ya me hartó.

-Ta bien, de alguna manera siempre salimos adelante. Yo también tengo algo que contarte. Nos vamos a ir de aquí. Tuve que demandar a mi jefe por un problema y me corrieron. Nos iremos a la frontera, donde no conozcamos a nadie. Vamos a vender lo que podamos y esta casa se la vamos a devolver al infonavit.

Hicimos todo como mi madre lo planeó. En pocos días empezamos una nueva vida. Estaba contento, había mucho trabajo con los turistas. Un par de meses después de haber llegado, mi mamá tuvo una plática seria conmigo. Me dijo que estaba embarazada, que no quería al niño pero que no quería abortar, porque si lo hacía y se moría, yo iba a quedar desamparado. Sus ojos estaban llenos de vergüenza y miedo a mi rechazo.

Se me llenaron los ojos de lágrimas, sentí que me hice adulto en ese momento. Le dije que ese bebé era mi hermanito, el que siempre había deseado y ahora se me concedía. Juré que iba a ser un buen hombre, para darle buen ejemplo y protegerlos. Y que ella iba a ser para él, al igual que para mí, la mejor madre del mundo.

Por primera vez en mi vida vi llorar a mi mamá.

- Encuentro de Escritoras "Mujeres en su Tinta" (cancelado con motivo de la pandemia)


Espiral







De repente se le antojó comer waffles en el casino al que acostumbraba ir los sábados, con sus excompañeras de trabajo. Se sentía aburrida, los hijos estaban inmersos en sus propias vidas, era divorciada; no tenía problemas económicos, pero tampoco aficiones o vida social, solo esa inocente salida al buffet semanal. Impulsivamente tomó su cartera, las llaves de su auto y salió a cumplirse el antojo. El lugar estaba semi vacío, devoró el desayuno y empezó a observar el lugar, al que no había puesto mucha atención. Tímidamente se acercó a una máquina, su manejo se veía complicado, pero la curiosidad la venció, llamó a un atractivo joven que parecía estar dispuesto a orientarla y abrió de esta forma la puerta de acceso a la tragedia.

A partir de ese día, Emilia se volvió adicta a las descargas de satisfacción que sentía al jugar, aunque perdiera, sentía que en el siguiente juego sin duda ganaría. Cada día regresaba a media noche, entraba como un ladrón a su propia casa y al  acostarse, la realidad la aplastaba, la culpa no la dejaba dormir. Se ponía a pensar en el dinero perdido, en los regaños de sus hijos y en el tiempo desperdiciado.

A pesar de ello cada día se ponía ropa cómoda, subía a su auto y conducía mintiéndose, “solo estaré una hora” “merezco un poco de diversión” “es mi vida”. En una ocasión sus antes distantes hijos, la confrontaron, a regañadientes aceptó dejar de ir, pero sin reconocer que era una adicta al juego, a los pocos días, ya sin disimular, con una expresión desafiante y culpable, se dirigió al casino.

En ese lugar ya la conocían, la atendían  como reina y el crédito no le faltaba. Pero un día, al momento de pagar todas sus tarjetas fueron rechazadas, no lo podía creer. El gerente cambió de inmediato su actitud, tornándose amenazante. No sé qué ocurrió, por favor deme oportunidad de averiguar, dijo con voz temblorosa, claro que si “Doñita,” nomás que le vamos a recoger las llaves de su carro, aunque eso no cubre ni la mitad de su deuda. Está bien, mañana mismo les daré su dinero, contestó Emilia, intentando sonar convencida. Al entrar a su casa se sorprendió muchísimo, sus hijos estaban sentados en la sala, con rostros afligidos y alguno con los ojos rojos. Madre, le dijo su hijo Mario, espero que no estés molesta con nosotros pero como te habrás dado cuenta hemos aprovechado que nos diste acceso a tus cuentas para tomar medidas drásticas. No podemos seguir permitiendo que te arruines. Perdónanos por no haber actuado antes, ya no vas a estar sola pero tampoco vas a tener acceso al dinero.

¿¡Están locos!? Gritó Emilia, descargando en ellos el miedo experimentado antes, es mi dinero, puedo hacer lo que sea con el. No mamá, la voz de su hijo sonó firme y tranquila, es por tu bien, María Laura se va a quedar contigo, no te va a faltar nada y pasado un tiempo, tendrás el control de tu dinero, pero las idas al casino se acabaron.

Emilia se estremeció al recordar la expresión amenazante del gerente, y balbuceante dijo: …Bueno, al menos déjenme ir a liquidar un adeudo y despedirme. No pudo convencerlos, se fueron con el rostro ensombrecido, pero seguros de estar haciendo lo mejor.

Por la tarde, Emilia estaba en su cuarto, por fin estaba haciendo un acto de contrición, pensando: ¿No puedo aspirar a una felicidad mayor a esa? ¿Acaso no me sentiré mejor si lo suelto y me dedico a mis asuntos pendientes? Señor, te ruego porque la tentación sea leve, por volver a ser dueña de mi vida.

Sumida en estas reflexiones oyó el timbre y la voz de su nieta exclamando: ¡Yo voy abue! El miedo la hizo saltar de la cama, corrió hacia la sala y vio lo que se temía, dos de los altísimos auxiliares del casino estaban parados en su puerta con caras poco amistosas.

La estuvimos esperando, dijo uno de ellos, antes de que pudiera contestar, su nieta les gritó: ¡olvídense de eso, mi abue no va a volver nunca a ese asqueroso lugar, aprovechados! El hombre contestó sin inmutarse: no nos importa si vuelve, queremos nuestro dinero, y no te metas niñita. Una vez más, la impulsiva joven se adelantó, atropelladamente los informó de las decisiones de su padre y de que ya no había dinero, además de amenazarlos con llamar a la policía.

El matón se retiró hacia la puerta, mientras el otro permanecía vigilante. Al volver, se dirigió hacia la joven la arrebató de los brazos de su abuela y dijo despreciativamente: Bueno, dice el patrón que nos conformemos con esto, de paso, le vamos a quitar lo alebrestada.

Emilia intentó defenderla, pero era imposible, fue arrojada, cayendo dolorosamente. Apenas pudo reunir fuerzas para arrastrarse hacia el teléfono. La policía llegó rápidamente, después los padres de “Malala” como le decían, y sus demás hijos. Levantaron la denuncia, hicieron todo lo que pudieron pero el poder de los delincuentes los apabulló. No pudieron probar el adeudo, el coche de Emilia estaba en su porche sin ninguna huella, los secuestradores no aparecían en el archivo de empleados ni en el de delincuentes.

El tiempo pasó… cinco largos años después, una delgada mujer caminaba por un sendero, con un ramo de flores en sus manos, se detuvo en una tumba sencilla y bastante descuidada, colocando con cuidado el arreglo. No dijo ninguna oración, el llanto le impedía hablar. Al final solo dijo: Perdóname, le agarré gusto a esa maldita vida y no pude volver, perdóname abuela, pero a fin de cuentas, merecías morir de culpa y despreciada por todos, así como voy a morir yo también.


Memoria 2021

VII Encuentro de escritores de Narrativa Breve

"Edmundo Valadés"

Cuento - Mini Ficción - Relato


Don Agapo Bacasegua

 



Don Agapo Bacasegua

Había un campesino llamado Agapo, tenía pocas tierras y el terreno semidesértico no lo dejaba obtener mucho, a pesar de ello, cada día se levantaba de madrugada, y dependiendo del clima, araba, sembraba o cosechaba, siempre poniendo su mayor esfuerzo. Vivía junto a su siembra, aprovechando las ruinas de una hacienda expropiada.

Gracias a las ganancias de una cosecha había logrado comprar una vaca cargada, la Belena, para su buena suerte, parió una becerrita, negra con las patas blancas, la llamó Bonita. Su corazón se llenaba de alegría cuando, con un tímido trote se acercaba al corral y se dejaba acariciar.

El campesino vivía solo, aunque era un hombre trabajador a ninguna mujer le interesaba vivir pobremente en el campo, o tal vez era muy feo. Lo único que le quedaba era dedicar sus esfuerzos a obtener buenas cosechas y cuidar de sus animales.

Un día llevó sus vacas a pastar al otro extremo de sus terrenos, cerca del canal de riego. En el trayecto saludó a Abelardo, el encargado de las compuertas y uno de sus pocos amigos, quien lucía cansado.

El día era hermoso, el limpio cielo de un azul intenso y el agradable clima lo hicieron sentirse satisfecho. Al llegar al pequeño canal sujetó a la Belena y a su cría con estacas un poco separadas, para qué disfrutaran la rica vegetación primaveral, luego, se tendió bajo un guamúchil y se durmió profundamente.

Despertó asustado, el sol ya estaba oculto y se oían aullidos de coyotes, fue hacia sus vacas y encontró a la madre tirando furiosamente de su mecate, tratando de llegar a la cría, de la cual sólo se veía la cabeza y las pezuñas delanteras, mientras se deslizaba hacia un hoyo, en el que también entraba agua del desbordado canal, corrió hacia la becerrita pensando que seguramente era la madriguera de un animal. En el último tramo, se arrojó con todas sus fuerzas para aferrarla, pero antes de que pudiera asirla desapareció. La desesperación se apoderó de él y de la Belena, la pobre vaca mugía estremecedoramente, la soltó y revisaron el lugar.

No se atrevía a meterse y no se escuchaba ruido. Por fin pudo calmarse un poco y razonar. Afortunadamente traía su linterna en el morral y observó bien el agujero, en realidad era un túnel, recubierto de estuco, eso lo animó. Calculó un poco sus acciones y persignándose con mucha devoción se arrojó por el túnel. Aterrizó sobre la becerrita tirada en el suelo, aparentemente ilesa, aunque aterrorizada por la oscuridad, pegó un brinco, había un gran bulto junto a ella, de inmediato pensó que era un cadáver pues le recordó el aspecto de las momias que veía en películas.  Venciendo el terror la movió con el pie, exhaló aliviado al darse cuenta de que sólo era un amasijo de ramas y lodo.

De pronto, entendió todo. Abelardo se miraba muy fatigado, seguramente se quedó dormido y no cerró la compuerta, el agua hizo que el bulto se deslizara, descubriendo esa entrada secreta. Intrigado, agarró a la bonita por el collar, más que nada por darse valor, descubrió que se encontraba en la entrada de una cámara que descendía un poco más.

Al llegar al fondo casi se desmaya de alegría, ¡quería gritar de emoción! Había montones de vasijas llenar de monedas doradas, joyeros y muchos objetos valiosos.

Ese es el relato del origen de la riqueza de tu abuelo y de cómo se nos acabó la mala suerte con las mujeres a los Bacasegua.

 Memoria 2020 VI Encuentro Edmundo Valadés

Cuento - Mini ficción - Relato


La generación maquila fronteriza

 




La generación maquila fronteriza

Para bien y para mal han cambiado las cosas. En mi adolescencia era común que los jóvenes emigraran, primero a la frontera y de ahí al “otro lado”. Yo fui una de esas jóvenes aventureras. Mis hijos suelen decirme mitad broma, mitad reproche - Ay Amá, ¿Cómo es posible que te fueras de tu casa a los 16 años? Y yo les contesto que la situación en general era muy distinta, que mi madre confiaba mucho en mí, que no hubo dinero ni para pagar la inscripción a la prepa, que en aquel tiempo no era tan común que te dieran becas.

Pero yo tampoco alcanzo a entender ¿Cómo pudo mi sacrosanta madre sugerirme que me fuera con mis hermanas, quienes ya vivían en Nogales, si era tan joven e inocente? Me habían inculcado ser educada y de buenos principios pero eso no bastaba. Los padres son los diques que nos ayudan a contener nuestros ímpetus durante la juventud.

Me asombró mucho llegar a la frontera y ver lo fácil que era la vida, trabajar de lunes a viernes, “rayar” el jueves, ir a bailar el viernes, pasear el sábado e ir a la lavandería el domingo, una vida cómoda. Lo complicado eran las temperaturas bajo cero, pagar alto alquiler por un cuartucho compartido con otras jovencitas, ser presionada para aprender a tomar, llorar por la familia ausente (a veces más por efectos del alcohol) tener que ir a parrandas obligada a cooperar y convivir con gente sin nada en común.

Era fácil hacer amistades aunque estas fueran fugaces, sentirse en confianza de desgranar tu alma con desconocidos, tener novios igualmente cariñosos y distantes, ir relajando poco a poco tus normas, deslizándote hacia lo prohibido acallando la conciencia con el “todos lo hacen” y de repente, darte cuenta de ya no hay vuelta atrás, estás sola y con una vida que depende solo de ti.

Ninguna de nosotras deseábamos ni imaginábamos que nuestras vidas serían así pero al enfrentar el resultado de nuestras acciones, algunas optamos por tomar nuestras responsabilidades de la mejor manera asumiendo la crianza de los hijos, otras por ser solo su sostén económico y refugiarse en el trabajo, delegando la responsabilidad en sus padres, supliendo con regalos la poca atención brindada, y las menos (quiero pensar) renegaron de su suerte y eliminaron el “problema” volvieron a su vida, se ostentaron como inteligentes, descomplicadas, evitaron ser escarnecidas por la sociedad,  juzgadas de fáciles, tontas, irresponsables, calientes y ser soslayadas por la mayoría de los hombres al lugar de acompañantes, amantes, desahogo, y en el mejor de los casos amiga.

Aunque el juicio más severo es el de una mujer contra otra, el que expresan cuando demuestran su incomodidad  al sentir cerca de sus parejas a una madre soltera, cuando no la invitan a algún lado argumentando “tú no tienes hombre” y pobre de ella que se le ocurra pensar que aún es joven y puede divertirse, porque así como aclaman que un esposo saque a bailar a su mujer un sábado, satanizan el que una madre soltera decida darse un respiro. ¡¿CÓMO!? ¡Ha de salir a ver que agarra! ¡Ha de andar buscando quien le mantenga los plebes! ¡No le importa bailar con casados! Y digo yo, ¿Qué persona pregunta el estado civil antes de ir a bailar? ¿Debes aguantarte las ganas de bailar esa canción que te encanta hasta que alguien te responda  –soltero, sea cierto o no?

Cuando tienes hijos y vives con tus padres, compartes la responsabilidad, tus hijos disfrutan del amor y la complicidad de los abuelos, pero puede que eso se vuelva un problema y te enfrentas a un dilema: ceder autoridad. En este aspecto tengo hay idea muy firme: Un niño necesita algo constante en su vida, una autoridad casi absoluta basada en el amor y la justicia, saber que para cada acto habrá una consecuencia. Pero se vuelve tóxico cuando la madre dispone algo e ignoran su voz, cuando debe impartir disciplina y lo impide la compasión de los abuelos. Se vuelve difícil coexistir.

Es mucho más saludable que cada semana un niño visite y sea consentido por sus abuelos, que ría un poco viendo como tratan a su madre como una niña y en general, que se sienta amado y protegido. 

Por eso nunca quise vivir con mis padres, pero eso será otra historia…

Cuentario 2019

Homenaje a Edmundo Valadés (1914-1994)